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MEDICINA PONY

Actualizado: 30 ago 2019

Para las culturas nativas de Norteamérica y Latinoamérica el caballo es un animal sagrado. A través del arte de la contemplación, ellos se han dado cuenta de cómo la nobleza de este espléndido animal ha transformado la historia de la humanidad y por este motivo, su presencia es considerada “medicina”.


Robert Redford llevó a la pantalla grande la mágica relación que hombre y caballo han establecido. En su película “El hombre que susurraba a los caballos” Redford nos cuenta:






“Desde la era neolítica, cuando se le colocó el primer ronzal a un caballo, ha habido hombres que así lo comprendieron. Podían escrutar el alma del bruto y aliviar las heridas que encontraban en ella. A menudo se los tenía por brujos, y tal vez lo fueran. Algunos forjaban su magia con huesos de sapos cogidos de arroyos en noches de luna llena. Otros, se decía, eran capaces con una mirada de anclar en la tierra los cascos de un tiro que estaba arando. Había gitanos y comediantes, chamanes y charlatanes. Y los que realmente poseían ese don solían guardarlo celosamente, pues se decía que quien podía hacer salir a un demonio, también podía obligarlo a entrar. Quien conseguía apaciguar un caballo posiblemente terminaría ardiendo en la plaza del pueblo mientras el dueño del animal, que al principio se había mostrado agradecido, bailaba alrededor de la hoguera. Debido a los secretos que pronunciaban en voz baja a oídos aguzados e inquietos, estos hombres eran conocidos como "susurradores".[1]




Decidí que deseaba aprender a montar después de ver este filme. Busqué entonces una escuela y programé una clase. Dispuesta a aprender como dominar un caballo y montarme arriba de él llegué a mi cita. Sin embargo, mi deseo no se cumplió tal cual. En su lugar habría de iniciarse un maravilloso proceso. Era mi tiempo de encontrarme a dos mujeres “medicina”.


En Daré, la escuela de Tere Michelana y Carlota Lozano además de montar, he aprendido de mi cuerpo, a conectarme con mi ser superior a través del trabajo con caballos y a cultivar el arte del equilibrio.


No existe mejor título para describir a Tere Michelena que “susurradora de caballos”. Si bien parte su trabajo es enseñar a montar, lo hace enseñándonos que la mejor forma de entablar un vínculo con el caballo es a través del autoconocimiento.


No son el fuete, la rienda, el freno, la silla, la cuerda, etc… los instrumentos que te permiten cabalgar de una manera armónica, es el nivel de conexión y conciencia que cada uno de nosotros tiene consigo mismo, el sostén del trabajo con un caballo. Los caballos responden a nuestra energía, no a nuestra fuerza ni a nuestros intentos por someterlos. No se necesita fuerza, se requiere conciencia e integridad.


Es mi nivel de integridad ( unión entre cuerpo, mente y alma), y no mi afán de control lo que me sostiene en equilibrio montando. Desarrollar la capacidad de sentir mi cuerpo (la cadera, el abdomen, las piernas, los isquiones, el torso, etc.), de concentrarme y saber a dónde voy (dirección) y de sincronizarme al movimiento del caballo (conexión) lo que transformo mis clases de monta en una experiencia espiritual. Para mí este es el gran regalo que Tere nos da a sus alumnos.



Pero en “Daré” no solo he aprendido a montar, he aprendido a por fin estar en paz con mi cuerpo. Aquí es dónde entra el trabajo en conjunto de Carlota Lorenzo y Tere en las sesiones de coaching con caballos. Trabajar con ellas y su manada ha sido una experiencia que me ha permitido darme cuenta de:


  • Que mi primera casa, mi primer hogar, mi primer continente o el primer lugar que habito es mi cuerpo.

  • Que a partir de él, existe un espacio que puede ser mío o de alguien más; por tanto, el interjuego que establezca en esta zona, habla de la manera en la que me relaciono con los demás: algunas veces con respeto (cuando soy consiente), y otras más siendo invasora o invadida ( particularmente cuando me desconecto de mi misma).

  • He aprendido también a apalabrar lo que siento en el cuerpo, y a observar como este acto es una forma de establecer límites con los demás.

  • Pude conectar con el regalo que significa tener un cuerpo de mujer en el taller que realiza con en compañía de su maestra, “Mujeres que corren con caballos”.

  • Hice un repaso las sensaciones que registra mi cuerpo en su taller de emociones.

  • Descubrí que el trabajo con caballos es un llamado de la vida para seguir sanando, y que el caballo es mi maestro.


Pero sobre todas las cosas, he aprendido a conectar con lo sagrado, con esa pureza que nos habita y se refleja en la mirada del caballo. Y desde ese lugar permitirme ser, para generar el movimiento que deseo en mi vida.


Para todos los que están en un proceso de sanación, el espacio de Daré es una oportunidad para descubrir que “donde hay dolor hay sentimiento, y donde hay sentimiento hay esperanza.”[2]


A “Zeus” y los otros miembros de la manada en Daré, hoy y siempre mi infinita gratitud.


Lokah Samastah Sukhino Bhavantu.

Fernanda


[1] Nicholas Evans, “El hombre que susurraba a los caballos”.


[2] Idem.

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